Érase una vez, una niña que vivía en una aldea con sus padres, los cuales tenían un pequeño comercio en el que se hacía pelotas de "badana". Como todas las niñas de su edad, Matildín iba al colegio, y cuando terminaba su jornada escolar y todas las tareas que como niña tenía, le ayudaba a su padre a realizar “els pilots”, material que la pelota de badana tiene dentro y compuesto de restos de piel y paños. Para ello, Matildín y Sebastián, su padre, mojaban los restos de piel en agua caliente, para reblandecerlos. Posteriormente, cogían paños y cubrían los restos de piel, el “farcit”, dándole vueltas y haciendo presión hasta conseguir el tamaño que deseaban.
Como cada mañana, Matildín, que tan solo tenía 10 años, se levantaba para ir al colegio, pero no sin antes ir a repartir “els pilots” a las mujeres que se encargaban de terminar la pelota. Ella era una niña muy alegre, que le encantaba ir al colegio y estar con sus compañeros, pero todavía le gustaba más el negocio familiar. Le encantaba ayudar a su padre, observar como su madre y las otras mujeres hacían la pelota, le intrigaba la realización de esta.
Ella se fijaba como una vez hecho “el pilot" cogían la tira de piel de la parte exterior de la pelota (el trozo alargado de piel) y la cosían, con hilo previamente encerado con jabón, en el “pilot”. También se daba cuenta de como a continuación cogían las piezas redondas llamadas “pegats” y las cosían en las dos partes separadas por la tira. Pero sobre todo, le llamaba la atención el guante de hierro que llevaban las mujeres para protegerse la mano de la aguja.
Como toda niña, era juguetona y le gustaba coger la “maseta”, pieza con la que se golpeaba la pelota para darle la forma redonda. Esta tenía un lado liso y el otro cóncavo. Pero su juego terminaba rápido cuando su madre le reñía por coger el material de trabajo que ellas empleaban.
Al ver sus padres el tiempo que Matildín pasaba en el pequeño comercio y que descuidaba sus labores escolares, decidieron apuntarla a clases particulares. Pero esta seguía sin querer estudiar y cada vez se interesaba más por la elaboración de este tipo de pelota que se usaba para jugar a “pilota valenciana”, un juego popular que en aquella época tenía un fuerte arraigo en nuestra comunidad.
Es por ello que la niña se prestaba para hacer los encargos de repartir las pelotas a toda aquella gente del pueblo que había pedido una. Cuando terminaba con sus clases particulares se dirigía a todas las direcciones que su padre le había apuntado y repartía dichas pelotas. Pero no solo habían encargos particulares, sino que también recibían por carta pedidos de grandes empresas de Alcoy y Valencia.
Para abastecer todos estos pedidos, Sebastián tenía que ir a comprar la piel a Pedreguer y Concentaina. Teniendo que pasar varios días fuera de casa, los cuales se le hacían interminables a Matildín, que lo esperaba en la puerta de casa hasta que lo veía llegar y se abalanzaba a sus brazos. Su padre cogía el tren en dirección a ambas ciudades y una vez había vuelto cargado de pieles se dejaba estas en la estación, iba a su casa a coger el macho y bajaba a la estación a recogerlas.
Pero el tiempo fue pasando y Matildín creciendo al mismo intervalo, viendo como su padre se hacía mayor y caía enfermo. Fue por ello que decidió hacer frente a sus obligaciones y seguir los mismos pasos que su padre y no dejar el negocio familiar. Entonces se puso en contacto con los comerciantes que hacían pedidos a su padre, y empezó a elaborar su propias pelotas para suministrarlas a estos.
En su tiempo libre se dedicaba a esto, pero desafortunadamente sus hijos no quisieron seguir sus pasos, siendo estos conscientes de todos los pasos seguidos para elaborar una “pilota de badana”, pero sin llegar a hacer una.
En la actualidad Matildín ya es mayor, y no sigue haciendo su hobby, recuerda todos estos momentos con felicidad, puesto que han sido una etapa muy importante en su vida.
Cuento contado cuento acabado…
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